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lunes, 26 de octubre de 2009
LA GAVIOTA VOLÓ AL CENIT DE LA VICTORIA
Este es el Release realizado por la embarcación Gaviota, para consagrarse como la ganadora del XVIII Torneo Internacional de Pesca Cartagena de Indias 2009. Felicitaciones a todos sus tripulantes por este gran logro obtenido.
domingo, 11 de octubre de 2009
sábado, 10 de octubre de 2009
UN PESCADOR LLAMADO ANDRES...
ANDRÉS GAVIRIA CANO
Por
Santiago Noero
Supuse que era otro primo Carlos, o un proveedor muy fiel, pero no un pescador; no uno paisa. Uno piensa que la pesca es como el beisbol: de los costeños. Cuando un cachaco llegue a las Grandes Ligas, nos moriremos todos.
A las 6:15am, él ya estaba en la lancha. Ya había acomodado sus cosas adentro, había subido al puente dos veces y ahora jugaba con un GPS portátil. Desde ahí se precipitó entusiasmado a recibir a Carlos y a su primo Andrés, el otro, el que había sido ministro hace 20 años.
-Ve, Carlos, que traés tarde al ministro. Ministro, lo va a regañar el presidente porque llega tarde al consejo, -dijo, con su tono tan cercano al de un payaso.
Luego saludó a todos por su nombre –ya sabía el mío-, con un interés casi afectado, y animó a Carlos para que saliéramos rápido que ya había lanchas en Nokomis. Pero no había salido ninguna de la bahía, de hecho sólo dos habían zarpado: Andrés delataba su propia exageración, como siempre hacía: era una de sus maneras de ser honesto.
No me acuerdo qué sacamos esa primera vez, por allá en el 99, pero al otro Andrés, el importante, se le llamó desde entonces Ministro y lo trató siempre de usted. Al concurso del año siguiente Andrés llevó a su mujer y sus hijos, y tuvo que haber sido mala la pesca porque no me acuerdo de los pescados sino de haber dormido en San Bernardo. Y, a decir verdad, Andrés Gaviria me parecía un caballero y chistoso y atento y considerado, pero no un pescador; y menos me lo parecía al verlo con medias y zapatos blancos.
No volví a pescar por 5 años, y en ese tiempo un par de cartageneros, Fernando Mogollón y Pacho Arocha, se lo llevaron a un paseo en San Blas. Dicen que de allá volvió más entusiasmado con la pesca, tanto que al año siguiente los llamaba contando los días y las horas que faltaban para el crucero. Los cuatro harían otra especie de equipo con Ernesto Martínez. Andrés me confirmó el cupo para el segundo día de pesca del torneo del 2005. Él ya llevaba 10 años pescando en la lancha de Carlos y se pavoneaba al saludar a los otros cartageneros, así que mandaba más que antes. Esta vez lo encontré abajo escogiendo la carnada.
También apareció un español de hosco hablar: se llamaba Miguel y fumaba Marlboro rojo en ayunas y con guayabo; lucía gafas Prada, tanga roja y un reloj que, en caso de emergencia, servía de transponder a un satélite; como sería su costumbre en adelante, fanfarroneaba de una noche cálida con una veinteañera criolla. Supongo que con algo de celo, Andrés lo evadía.
Ya en la bahía, Miguel, el español, intentó imponer un sitio de pesca, rumbo 300, a 45 millas, pero en la lancha de Carlos uno iba siempre al mismo lugar: los bajos del Frijol, o el Frisol, como decía Andrés con seriedad. De cualquier forma, significaban dos horas de navegación, tiempo suficiente para exasperarse cuando agotan los comentarios y el pudor impide dormir. Antes de llegar al canto del bajo, apenas a una milla, Andrés dijo lo más importante para mí: el primero vas a ser tú. Eso significaba que el primer pescado de pico -marlin o pez vela- sería mío.
Creo que yo había dejado ir seis marlins hasta ese día; y algo peor: nunca había visto sacar uno.
Yo estaba cerca de la vara cuando picó mi séptimo, al lado de Andrés mientras nos preparábamos para cambiar los señuelos por tercera vez; lo vimos todos porque las carnadas estaban cerca.
-Es tuyo, cogélo,- me dijo, porque me había quedado a un metro del carrete incrédulo de pensar que era todo mío, como la sensación que le daría a uno si se encontraba un manojo de canicas americanas en la calle.
Andrés se puso detrás de la silla después de organizar el arnés y la piecera. «No le toqués el freno», «Recogéle, recogéle»: ahí estuvo animando por media hora como porrista, pero serio, como si fuera algo trascendental, «No le perdás la tensión a la línea»; animando y dirigiendo. Y todo andaba bien hasta que el español-canario-panameño dijo:
«Dale para atrás, Carlos, que los marlins se sacan en reversa». Él decía que pescaba todo el tiempo y debía de saber mucho más que nosotros. Darle para atrás implicaba recoger sin parar, y yo no estaba entrenado para dar manivela a esa velocidad; muy pronto me sentí ahogado. Mandé a parar y descansé un poco recogiendo a mi propio ritmo y sentí con alivio los cambios de tensión que el marlin me producía en la vara: aún estaba ahí. El español-panameño volvió a hablar, «Si no le das en reversa, Carlos, nos vamos a quedar una hora aquí». En algún momento se perdió la tensión.
Cuando un pescado grande se va, lo primero se siente es la disminución de la fuerza en la línea. El pescador avisa su sospecha y, al tiempo, el capitán le da hacia delante y el pescador recoge a toda velocidad: esto por si el pescado cambió de dirección y se vino hacia la embarcación. Es lo que más cansa. Luego te paras de la silla y amagas con organizar el desorden que causaste; no te pesan los brazos, te molestan. Das una vuelta por los bordes, recuperas la compostura y subes al puente. Ya pasó tu turno.
El español me preguntó cuántos marlins había sacado yo; lo hizo en ese momento, cuando todavía sudaba. Le vi su calva con sus pelos parados y pensé en lo decente que yo había tratado de ser toda mi vida y cómo lo seguiría tratando. Pero yo no podría estar sentado al lado de este señor.
Todos en el puente callaron hasta que Andrés subió, y como si lo hubiera oído todo con por parlante dijo:
-Carlos, ¿cómo es que se llama el animal que se pica a sí mismo? Es flaco, tiene un aguijón enorme en la cola y está siempre rabioso?-y antes de que respondieran, agregó. –El alacrán, Miguel tú eres el alacrán.
Así, de un solo plumazo, las conversaciones dejaron de ser sobre negocios y plata, y seducciones rápidas y pescados grandes. No se vio humillado ni acoquinado, ni siquiera pareció humilde, diría que Miguel empezó a ser, por lo menos, uno al que le daba hambre, uno que pedía un sandwich. Pero, eso sí, el sobrenombre se propagó con sevicia y por radio.
Más tarde en el día sacamos un marlín de dos que picaron al tiempo: a Miguel se le fue el suyo y Andrés le hizo release al de él. No puedo recordar nada de la faena, no sé si es que estaba dolido o es que Andrés lo hizo tan bien que no pareció difícil; de pronto fue que el marlin ni siquiera saltó.
Ese torneo lo ganamos y sirvió para que volviéramos los mismos al torneo siguiente, a excepción del Ministro, a quien lo reemplazó Richard, el gringo pescador profesional del que Andrés se había hecho amigo en una marina en Ft. Laureldale.
«Vea, el escorpión», me dijo Andrés mientras se acercaba a la lancha en el muelle de madera. Fingía estar sorprendido al señalarme a Miguel, el español-canario; algo me sonó raro de ese sobrenombre, como si le faltara una segunda palabra. Yo sabía que ya se habían visto porque, para ese entonces ya Andrés era importante en la organización del torneo y se sentaba en la mesa principal durante la apertura.
Claro que me acordaba bien del tipo y su sobrenombre acertado, pero en su juego Andrés daba una especie de seña para hacer saber que las cosas se soltarían después. Así, andando antes de la Virgen, en la mitad de la Bahía, dijo:
-Este año no trajimos al Ministro, tenemos a Richard, ¿ah Miguel? Pero está con diarrea, Carlos; lo vamos a tener en el sofá todo el día. Ehh, yo que lo traje a pescar, ¿no tenés Inmodium, Carlos?- hizo una pausa y siguió, -Un solo vaso, un solo vaso se tomo de esta agua de Cartagena-, dijo en su tono paisa picarón y te daba la sensación de que podía seguir toda una mañana ligando una burla con otra, sin mirar a ver si la gente estaba sonriendo, porque estaba seguro de ello.
-Pero Miguel, decime, ¿vos sos europeo o sos canario o sos panameño?
-Yo soy canario,- dijo sin hacer énfasis, pero serio, y agregó, -Europa empieza en los Pirineos.
-¿Ve, ve, cómo es que le decíamos, Santiago?
-El alacrán,-contesté feliz.
Entonces subió Richard con sus zapatos tenis y medias blancas y dijo que se sentía mejor, y esperé a que Andrés lo fustigara con el malestar digestivo, que siguiera en el tono festivo de sus mañanas, pero inició con él, en su inglés de paisa: un poco gritado, un poco sin importarle su acento rústico, una seria conversación sobre la supuesta inhibición de los peces en los días de luna llena.
Richard Budalich no solo es de las Grandes Ligas, es una especie de miembro activo del Hall de la Fama. Aunque nunca habían pescado juntos, Andrés lo visitaba en su lancha todas las veces que iba a Miami a buscar el pez espada. Hablaban de carretes y varas, señuelos y cordeles, velocidades y aparatos; pero más allá de las marcas, que es lo que puede mantener en una conversación a alguien que quiere comprar un yate, hablaban tratando de imaginarse cómo piensa el marlin frente a los engaños y lo artificial, cómo corre, cómo aparece, cómo genera esfuerzos.
Lo que pasó ese día no lo olvidará nadie que iba en la Gabimar. Por eso, cuando me ofrecí, Andrés me pidió el favor de que hiciera el relato. Él conoció el borrador.
…………………..
Fue Richard el primero que vio el marlín: apareció detrás de la carnada del centro, la que estaba más lejos. «Ahí está», se oyó de cuatro voces. Hizo un aguaje, hizo otro y arrancó a correr con la carnada en la boca. Andrés, que ya estaba al lado desde que apareció, cogió la vara. No se oía la chicharra, sólo las instrucciones del gringo: que no le subiera el freno todavía, que no lo castigara, que lo dejara correr.
En poco tiempo, todo atrás había quedado organizado: todas las líneas afuera del agua y a Andres sentado en la silla de pesca. «Dale para atrás Carlos, que es grande y está sacando», dijo con un poco de galillo e impotencia. Luego lo dijo Miguel con tono adusto, «Carlos, no quiere parar, lo va a pelar todo». Cuando luego lo dijo el gringo, Carlos ya estaba metiendo reversa. Pero el carrete giraba sometido y de modo desolador, tan rápido que la línea no repicaba. Carlos le dio como pudo marcha atrás y en menos de un minuto paró el animal. Andrés ya tenía el enganchado el arnés, y, cuando el gringo le dijo que recogiera, hizo un lance que pareció torpe. Y por los siguientes quince minutos seguiría pareciendo torpe: apenas si recogería medio carrete cada vez que daba manivela. Se le paraba cualquier intento por enderezar la vara. Y es que en la pesca correteada el pez grande no se reconoce por lo duro que resulte recoger o levantar la vara, pues el carrete siempre cede a la misma fuerza, se siente cuando se le cede con la vara y la tensión sigue igual.
El único que podía ser ágil en ese momento era Carlos, porque el marlin empezaba a moverse de un lado al otro, por allá, a cuatrocientas yardas de distancia. A él le toca mantener la popa con la línea en el centro, a veces dando reversa con una máquina, a veces con las dos y el timón, a veces con una hacia adelante y otra hacia atrás. El marlin tiraba para la derecha y nosotros íbamos detrás de él dando vueltas sin recordar de dónde veníamos.
Entonces empezó la pelea, las tres peleas, mejor: la de Andrés y la lancha entera con el marlin, y las de Miguel y el gringo, cada uno por aparte, con Andrés; pero esas eran fingidas.
El gringo avisó que el pescado venía para arriba, avisó que iba a saltar. Lo vimos, le tomamos la foto. Sacó medio cuerpo y cayó, siempre corriendo; pegó un salto corto, un salto largo, con la misma dirección, como obstinado con un rumbo. Estaba blanco, tan blanco que era difícil asociarle furia al salto.
Trescientos, dijo Carlos, tres cincuenta, dijo otro, dos cincuenta, dijo Miguel, y se derrocharon pesos con cierta seguridad, pero el gringo no dijo nada. Lo que sí se sabía era que superaba las doscientas libras mínimas para que fuese tenido en cuenta. Y algo cambió en el ambiente, pues el gringo, que seguía al lado de Andrés, encendió un cigarrillo y Miguel, que estaba arriba, se bajo para ponerse al otro lado de la silla, él mismo con otro cigarrillo. Se diría que Richard ya no le indicaba cómo tenía que enrollar, pues antes su tono había sido aquel del “basic training”, con algo de paciencia impostada; ahora sólo le decía que siguiera enrollando. Miguel regañaba, pero con un cariz jocoso y cada vez más vulgar. Pareciera como si el hecho de que el pescado fuera comprobadamente grande los hubiera obligado a ser, para ellos, más tolerantes con Andrés. Puede ser que era más de exhortación y arengas y menos de regaños: Richard como un coach no tan entusiasmado, Miguel fingiendo ser el hermano burlón.
«Keep winding (sigue envoliendo), keep winding, keep winding», decía Richard cada vez que el marlin aflojaba la línea. Pero como Andrés se quejaba de que estaba grande, de que no daba para más, a mi me sonaba a keep whining (sigue quejándote).
Así, con la arenga, el sudor y la constancia casi mística de Andrés, tuvimos al marlin tan cerca que el gringo se puso los guantes y Miguel sacó el gancho. Ambos a su manera, autoritarios, eso sí, impartieron las instrucciones y, sobretodo las advertencias, que fundamentalmente se resumían en “déjenme hacer lo mío”. A Andrés, Richard le dio una sola: cuando tenga el leader, pon el freno por la mitad.
Ya desde arriba se preparaban las cámaras, ya buscábamos ver el resplandor abajo y nadie miraba al pescador. De repente, Andrés no pudo enrollar más, y con cierta paciencia apabullante, el marlin empezó a sacar línea, siempre con la impresión de que en cualquier momento cesaría. Pero siguió por más de un minuto, y mirábamos a Richard como para que él hiciera algo, o al menos lo dijera. Él se quitó los guantes, sacó un cigarrillo y dijo, «Aquí hay tiempo para una fumada más, de pronto dos.”
Por un momento, cada uno volvió a otra cosa, excepto Carlos, que no podía dejar de tener al pescado siempre detrás de la popa, y Andrés, que estaba en amarras sobre esa silla, condenado a tener que enrollar ese todo el cordel nuevamente. Yo, que no sabía de dar consejas, me puse detrás de la silla de pesca para que siempre girara para donde estaba el marlín.
Nos demoramos otra hora y media para volver a traerlo tan cerca como para que el gringo se pusiera los guantes. Andrés parecía entero y cada vez más fluido. El marlin se había ido abajo y lentamente cedía su prepotencia. Casi en el mismo sitio en la popa, los dos -el coach de tercera base y el mejor amigo pedófilo- estuvieron repitiendo lo mismo, con paciencia, casi con ternura, hasta que empezaron a prepararse, esta vez con falsa parsimonia. El marlin llegaría vencido.
…….
Richard cogió el leader y se lo enrolló al revés, con el dorso primero para poder soltarse si al marlin se le da por arrancar. Entonces avisó que había captura y se mencionó hacer el release. Una manotada tras otra, lento, con dificultad; le temblaba el brazo de un lado al otro, a pesar de que ya estaba estirado. Sí, desde arriba veíamos el resplandor blanco, y el gringo tenía el control, pero el marlin se movía de un lado al otro como si fuera un atún en una vara de spinning; se supone que debía estar entregado. Pero el Richard apenas tenía dos manotadas de leader y tuvo que soltarlo porque el pescado dio un lento arranque, apenas lo suficiente para que Andrés volviera a manejarlo con la vara: cuatro enrolladas y de nuevo Richard tuvo el leader. Esta vez lo sacó casi a flote, simplemente me pareció enorme, no más. Lo trajo hasta el lado de la lancha, sólo un par de metros afuera de la borda, muy lejos para engancharlo; dio un leve aleteo y le sacó dos brazadas, se metió debajo de la lancha. «Se fue», «¿Se fue?», «No ahí está», «¿Se enredó? », «No le des, Carlos», «I’m loosing it», «Está que se le va Carlos», dijo Miguel sin vigor.
Pero salió de abajo, y se volvió a poner al lado, casi a tiro del gancho. Richard atesó, ya más seguro. Miguel se demoró para meter el gancho.
Como la llave del inodoro cuando se parte, como cuando cortas mal la carne y se riega el arroz, así sentí el brazo de Richard al soltarse el anzuelo. Se vino limpio.
El marlin no se hundió enseguida, se quedó de lado unos segundos, iluminado de azul, con la textura rugosa de algún papel de regalo francés. Estaba cerca y nadie lo podía tocar, y yo tenía la sensación de que todavía podíamos hacer algo para sacarlo. Con pesadez se enderezó y el lomo empezó a confundirse con el fondo; nadó, vencido pero libre.
El pescado enderezó el anzuelo apenas unos grados, Richard no sabe cómo pasó. Tiramos otra vez las varas, cambiamos de anzuelo; nos subimos. Había que felicitar a Andrés que hablaba entrecortado,y tenía los ojos húmedos y ya se había subido; él sacó un monstruo hasta donde pudo. Nadie mencionó el peso.
Abajo quedaron Richard y Miguel, algo hubo entre ellos, alguno recriminó, pero dejaron de hacerlo cuando me vieron. Miguel subió primero y felicitó a Andrés de un abrazo.
Richard lo felicitó desde abajo; no sé si mintió para hacerlo sentir mejor o de verdad lo creía, pero aseguró que pesaba al menos 750lbs, que no habría cabido en la plataforma y que estaba en la lista de los diez más grandes que había sacado. Sacó unas cuentas y volvió a felicitar a Andrés (era una captura que llaman de más de 10 a 1, más de diez veces la capacidad del carrete).
……
El release de ese marlin le dio a Andrés el primer premio, y hubo peleas y recriminaciones, pero nadie dudó del tamaño del monstruo, y a Andrés se le empezó a ver como un pescador serio, pesado. Entonces se supo que ya él había sacado varios marlins grandes, incluyendo uno de 400lbs y sin silla de pesca: parado y con pipisera. Y se supo que cada año iba al Orinoco en Puerto Carreño a pescar pagán con spinning y dormían en carpas; que había sido campeón nacional de ski; que había navegado vela toda su vida y que siempre había querido tener un velero, hasta que lo cambió por la pesca, sólo la pesca. Y la gente empezó a buscarlo para que echara el cuento de las 750lbs, no para que mamara gallo, pero él prefería seguir vacilando, como si fuera un escudo para mantener la humildad.
Entusiasmado vino al siguiente torneo y me llamó para que fuéramos juntos. A él le picó un marlin primero y antes de que se sentara me gritó -otra vez con sorprendente galillo- para que cogiera la vara de la izquierda, que había otro. Lo enganché; si se me iba, sería el noveno en serie, y visto que las peleábamos dupleta, y que yo era el que estaba de pie, las probabilidades de que eso sucediera subían. Pero Andrés me calmó y desde la silla, mientras sacaba el suyo, dirigió todo para que sacáramos los dos. Yo pasaba agachado por debajo de su línea y me empinaba para pasar por detrás de su silla, una y otra vez.
Sacamos el mío primero, él lo quiso así; me felicitó apenas con un «Buena esa» y siguió en enrollando con abnegación, pero a los cinco minutos se le fue. Yo estaba arriba temblando y Andrés subió tranquilo, yo le vi sus tenis blancos y sus medias remangadas mientras pasaban por un lado. «Carajo, yo lo que quería era una dupleta».
Pero ya Andrés estaba en otro nivel, no solo porque fuera mejor pescador, sino porque lo sabía (era juez de la IGFA), porque sus instrucciones tenían un propósito diferente al que uno podía pensar inicialmente. Y estas no eran razones a las que uno simplemente dice «Ah, sí»; tocaba preguntar: «¿Cómo es eso?», y esperar a que te explicara en tono didáctico; él lo sentía como una obligación.
Y él ya tenía la idea de que había algo como un equipo para los torneos, pero un año más tarde no pudimos pescar juntos porque el yate de Carlos se llenó de invitados–él, Andrés mismo, me lo había dicho-. Pero cuando los dos yates se acoderaron, me vio y gritó, «Traidor, abandonaste a tu equipo y te fuiste a estrenar aire acondicionado».
En el torneo pasado le busqué el lado en la apertura del torneo. Bromeó conmigo un rato, pero cuando llegó Bob De Gabrielle, representante de la IGFA, se abstrajo en la pesca de tal manera que me quise retirar.
………………………..
De los buenos pescadores con la vara, los que más impresionan son los que parecen naturales: los que pescan por instinto y son agresivos, rápidos, fríos y no necesariamente inteligentes. También están los fuertes, que aguantan recoger a toda velocidad en reversa y sacan el pescado sin contratiempos. Los calmados y constantes piensan bien sus decisiones, pero dejan que las cosas pasen. Los ricos son sorpresivamente buenos y seguros, porque la opulencia les hace saber que siempre van a tener otra oportunidad. Casi por la misma razón entran los bandidos, porque a estos no les importa tanto embarrarla: lo hacen muy a menudo. Todos alardean y no es seguro que manejen tantos los elementos ni que sean capaces de aparejar bien las carnadas.
Hay un nivel superior: los que casi nunca pelean porque se aburrieron de sacar pescados y empiezan a confundir cuentos. De estos, la mayoría manejan las lanchas y sólo cogen la vara cuando están solos. Algunos lo hacen para buscar tranquilidad, y supongo que la encuentran porque sienten que han hecho todo lo posible para que pique y dejan que el resto dependa de los elementos: una especie de destino. Otros se satisfacen con el placer de la persona que saca un marlin o que tiene una picada. Y todavía hay unos que lo hacen por el reconocimiento. Todos, casi todos, son dueños de lancha.
Nunca le escuché a Andres un sueño de un yate -así fuera platónico- ni se quejó por falta de independencia o de que quisiera mandar más. No lo vi con agallupleses ni lo vi apartarse de una vara. Tampoco perdía el control, pero gritaba sin vergüenza. Ni le oí muchos cuentos, él prefería contar cosas como que el marlin confunde la lancha con un cardumen. Había que ganar y había que reclamar un premio, pero celebrábamos sin soberbia, apretando los puños, quizás. Manejaba el GPS, el radar, la reversa, la silla de pesca, la distancia de la línea, el lado de la corriente, el tamaño del anzuelo (y su posición), la disposición de carretes, la velocidad, el gancho, el rumbo, el nudo, las reglas y las tendencias. No le importaban las picadas (el garato) ni la hora de la comida (de los sándwiches), pero se los comía; no le importaba ni si el aire funcionaba ni si había ron; no le importaba ni siquiera si alguien era inmamable (él lo domaba).
Quizás Andrés pescaba por todas las razones: las sublimes y las mundanas. Quizás le importaba menos ser Grandes Ligas que una figura imbuida en aprehender tantas incertidumbres que tiene la pesca. Diría que estaba ahí por conocer. Diría que estaba a medio camino entre joven cura y torero viejo.
lunes, 5 de octubre de 2009
LANZAMIENTO DEL TORNEO ESTE JUEVES 8 DE OCTUBRE!
Con la presencia de pescadores, dirigentes, patrocinadores y la prensa especializada, se efectuará este jueves 8 de octubre a las 7:00 P.M. en las instalaciones del Casino Rio del ¨Corralito de Piedra¨ , el coctel inaugural del XVIII Torneo Internacional de Pesca Cartagena de Indias 2009 – Andrés Gaviria Cano, a disputarse este próximo fin de semana en la ciudad.
Más de 150 pescadores, quienes confirmaron su presencia en la magna cita marina, para desafiar las aguas del Caribe mecidas por los vientos apacibles de octubre, en 39 embarcaciones que surcarán los mares de nuestra región; la presencia de países como Alemania y E.E.U.U, y la aparición comercial de marcas como Vimarco, Redeban Multicolor, Raymarine, entre otros, son algunas de las decoraciones que ostenta el evento para encumbrarse hacía el posicionamiento internacional en el tan prestigiado Circuito del Caribe, avalado por la IGFA.
Las competencias están previstas para dar apertura este viernes 9 de octubre, y se prolongarán hasta el domingo 11 del presente mes, con zarpe oficial en la boya del Club Naval a las 7:00 A.M. y cumplir el respectivo regreso a las 5:30 P.M. y así mismo efectuarse el pesaje que está programado para las 7:00 P.M.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
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